Como ha señalado la profª. Carmen Carrero en otra entrada de este blog (31 de enero de 2022), la bioagricultura representa uno de los ejes de la reforma de la PAC y “supone un cambio radical en los métodos de producción, utilizando las nuevas tecnologías, reducir la oposición de los agricultores a no utilizar productos pesticidas o fertilizantes, avanzando hacia lo ecológico y, así, obtener unos resultados medioambientales mejores”.

En esta entrada del blog, se propone enlazar estas reflexiones con el concepto de empleo verde. Para la OIT, el concepto empleos verdes resume la transformación de economías, lugares de trabajo, empresas y mercados laborales en una economía de bajo carbono y sostenible que ofrezca oportunidades de empleo decente para todos. Así, “contribuye a preservar y restaurar el medio ambiente” por la limitación de las emisiones de gases efecto invernadero y la reducción de los residuos. Para el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, les empleos verdes contribuyen a la conservación y al restablecimiento de la calidad del medioambiente. Tienen como objetivos proteger o restablecer los ecosistemas, la biodiversidad, la reducción del consumo de energía, de materiales o de recursos naturales como el agua, la disminución de la emisión de CO2 o de la producción de residuos. En definitiva, los empleos verdes pueden referirse a cualquier empleo que participa en la protección del medioambiente, en la lucha contra el cambio climático, mediante el ahorro de las energías y las materias primas, el uso de energías renovables, la reducción de la producción de residuos y el respecto del medioambiente, de la biodiversidad y de los ecosistemas.

Así, el fomento del empleo verde representa, sin lugar a dudas, un desafío y una herramienta clave para una reestructuración más ecológica de la economía ante el racionamiento y el abastecimiento de los recursos energéticos, el cambio climático o el deterioro de los recursos naturales. Varios sectores de actividad son susceptibles de constituir un terreno propicio para el auge y el desarrollo de los empleos verdes. Así, cabe citar la gestión y tratamiento de los residuos, el ecodiseño (diseño del envase), las energías renovables, el acondicionamiento y aislamiento de los hogares (construcción y reformas para la rehabilitación energética de edificios), el reciclaje o la economía circular.

Por lo que nos interesa, todos los estudios y proyectos encuadran al sector agrario entre los sectores que ofrecen mayor proyección a los empleos verdes. La Comisión europea, así como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) consideran que los empleos verdes permiten impulsar el uso razonable de los recursos naturales en sectores como la agricultura, la silvicultura o la pesca, y así contribuir a la consecución de los objetivos de preservación del medioambiente.

Concretamente, la creación de empleos verdes en el sector agrario se ha de producir mediante el desarrollo de la producción ecológica.

La agricultura convencional ha mostrado ya algunos de sus límites, ya sea durante la pandemia por lo que se refiere a los monocultivos, ya sea por el uso y abuso de productos químicos cuyo impacto en la erosión de la biodiversidad y en la contaminación del aire y del agua es real y contrastable. Por otra parte, la necesidad de fomentar este tipo de producción resulta incuestionable a sabiendas de que el crecimiento demográfico va a generar un aumento de la demanda mundial de alimentación del 70% en el horizonte 2050 (FAO) y que el modelo agrario industrial resulta insostenible a medio y largo plazo.

El desarrollo de la producción ecológica es ya una realidad en España. Según datos de Eurostat de 2019, España tenía registrada un total de 2,35 millones de hectáreas de agricultura ecológica (17,1% del total de la UE), convirtiéndola en líder europeo en cultivos ecológicos. Ahora bien, desde otra perspectiva, queda margen de progresión, pues la agricultura ecológica solo representa el 9.7% de la agricultura total, mientras en países como Italia, Austria alcanza más del 15 o 25% respectivamente. Igualmente, los datos de 2020 demuestran que España ha perdido su liderazgo cuantitativo ante Francia (el 17.1% vs el 16.6% respectivamente) aunque haya subido ligeramente al 10% su superficie de producción ecológica respecto a la superficie agrícola total.

Al margen de la producción ecológica, otra fuente de creación de empleos verdes puede radicar en la producción de biocarburantes, como el biodiésel producido a partir de aceites y grasas de origen vegetal y animal, o el bioetanol obtenido a partir de la fermentación de sustancias azucaradas. Ambos combustibles de origen renovable representan alternativas al motor de combustión y permiten la producción de energías alternativas al petróleo o al gas cuyo abastecimiento y rentabilidad son cuestionables, como lo pone de relieve la terrible actualidad ucraniana.

El impacto de la producción ecológica sobre el empleo puede ser considerable puesto que, como se ha puesto de relieve, requiere gran cantidad de mano de obra, tanto por su auge y progresión cuantitativa, como por su naturaleza y de manera consustancial, dado que pretende evitar el uso de que maquinaria motorizada y de agroquímicos. Por ejemplo, en la agricultura ecológica, se ha estimado que se necesita entre un 10 y 20% más de personal por hectárea que en la agricultura convencional.

Igualmente, se trata de empleos que poseen dos grandes ventajas.

En muchos casos, se trata de empleos altamente cualificados en la investigación o desde el punto de vista técnico. Ello supone que se haga un esfuerzo, tanto cuantitativo como cualitativo, en materia de formación profesional, lo que representa, de paso, una nueva fuente de empleos. Más aún, la necesidad de formación en el sector agrario convencional en relación con la producción ecológica representa una condición sine qua non para su desarrollo real y efectivo.

Por otra parte, se trata de empleos no deslocalizables y, en muchos casos, implantados en un entorno rural, impidiendo así la despoblación y la emigración rural al obligar a situarse cerca de los lugares de producción. Igualmente, podrían dan respuesta a los riesgos de desaparición de empleo inherentes a la digitalización de la economía o constituir nuevos nichos de creación de empleo, por ejemplo, el turismo rural en granjas.

Finalmente, desde una perspectiva más voluntarista, los empleos verdes han de garantizar las condiciones para un trabajo decente, es decir, una adecuada protección social, suficientes ingresos, condiciones de trabajo conforme a los cánones de salud y seguridad.

Algunos datos son esperanzadores para el futuro. Según los datos de Eurostat disponibles (2016), las personas a la cabeza de producciones ecológicas tienden a ser más jóvenes, lo que podría ser revelador de una cierta toma de conciencia.  El Pacto Verde Europeo, por su parte, pretende “transformar la UE en una economía moderna, eficiente en el uso de los recursos y competitiva, garantizando que: hayan dejado de producirse emisiones netas de gases de efecto invernadero en 2050; el crecimiento económico esté disociado del uso de recursos; no haya personas ni lugares que se queden atrás”. Como se ha dicho al inicio de esta entrada, las ayudas de la PAC vendrán muy condicionadas por aspectos relacionados con la lucha frente al cambio climático y con la seguridad alimentaria.

Existe, pues, un contexto favorable a la creación de empleo verde en el sector agrario. Caber esperar que las asociaciones empresariales del sector lo impulsen en su seno y a través de sus socios, mediante la difusión de información y el apoyo a las voluntades e iniciativas de conversión hacia una producción ecológica.